Paseo de la fé nº 34
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(Guipúzcoa)

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¿Preguntas?

"Entonces, ¿no te vas a poder casar? Y ¿no vas a tener hijos?"
"Y si trabajas ¿quién se va a quedar con tu dinero? ¿Ya no vas a poder hacer con él lo que quieras?"
"¿Vas a tener que obedecer a todo lo que te digan e ir donde te manden aunque no quieras ir o no te guste lo que te han dicho que hagas? ¿Por qué tienen que decidir por ti?

Preguntas como estas y similares me hicieron familiares y amigos cuando les dije que quería ser Misionera. Sin ellos saberlo me preguntaban por algo que marca y da estilo propio a la vida religiosa, pues estas preguntas hacen referencia a los tres votos que profesamos. Estos son: castidad, pobreza y obediencia.

Los votos o consejos evangélicos son vistos muchas veces como algo que nos impide crecer, desarrollar nuestra libertad y autonomía, frenando así nuestra realización personal. Se ven como grandes renuncias que se soportan difícilmente y con resignación. Pero en realidad, no es así.

Los votos son un camino de realización humana y de felicidad personal, pues son un medio y no un fin en sí mismos. Un medio para unirnos a Dios, para configurarnos y conformarnos con Cristo, centro y sentido único y último de nuestra vida, para dejarnos hacer por la acción del Espíritu a imagen del Hijo.

El peligro está en considerarlos un fin en sí mismos pues, con ello, los estamos vaciando de su sentido llegando a tener, incluso, consecuencias negativas para nuestra vida ya que podemos absolutizar lo que conllevan de renuncia, viviéndolos como una prisión y no como un camino de libertad y autorrealización personal.

Estos tres votos -castidad, pobreza y obediencia- abarcan, de alguna manera, la totalidad de la persona. Es decir, son expresión de un modo de vida total. Jesús vivió casto, pobre y obediente. Casto, por su amor puro, sin límites, entregado a todas las personas por igual, desinteresado. Pobre, porque pasó toda su vida no sólo dado sino dándose por completo. Obediente, porque libremente decidió poner su vida al servicio del Reino realizando la voluntad del Padre.

Si como religiosas nuestra primera tarea es configurarnos y conformarnos con Cristo, nuestro estilo de vida ha de ser como el suyo: casto, pobre y obediente. Es expresión de que entregamos totalmente nuestra vida, lo que somos y tenemos, a Dios para que su Reino se instaure en esta tierra. Y ello no lo aceptamos como una obligación impuesta sino desde el amor que responde al Amor. Hemos experimentado el amor de Dios y es él el que nos lleva a querer responderle con una entrega total, también por amor. Este es nuestro único deseo.

Así pues, el voto de castidad permite abrirnos a un amor universal que abraza a todas las personas más allá de razas, condición social, simpatías, etc... Es decir, sin seleccionar a quién amamos. Esto, que puede parecer muy bonito pero teoría, se realiza amando apasionadamente, como Jesús lo hizo, a aquellos que tenemos más cerca.

La peculiaridad concreta con la que nuestra Congregación vive este consejo evangélico nos hace encontrar en él una fuente de alegría, de gratitud y de humildad, porque nos abre a una entrega de amor personal a Jesucristo que nos lleva a no amar más que a Él, con Él, en Él y por Él.

"El voto de castidad no es más que el medio para llegar a la virtud. Este voto no nos separa de los afectos humanos más legítimos más que para entregarnos al amor personal, virginal, exclusivo de Nuestro Señor. Es,..., el pacto de amor eterno que hace de la virgen la Esposa de Jesucristo....

Pasar como María en medio de las criaturas, con el corazón tan lleno de Dios que está virgen de todo el resto. Cuanto más vírgenes sean, más fecundas las hará Jesús. Darán a Jesús a las almas y almas virginales a Jesús" (Mª Teresa Dupouy)

El voto de pobreza nos permite descubrir las grandezas de la vida sencilla, aquellas cosas que no se pagan con nada y que no podemos poseer porque se nos regalan gratuitamente. La pobreza nos hace pobres para hacernos ricos, pues nos abre el camino que nos conduce a la máxima riqueza: Dios.

Nuestro carisma nos invita a vivir una donación gratuita y alegre de todo nuestro ser y haber a los designios de Dios, pues si Cristo lo dio todo, hasta su propia vida, nosotras debemos hacer lo mismo.

"Para llegar a poseer a Dios es necesaria la renuncia total, al menos de corazón y de afecto. Buscar, desear en todo lo menos y lo menor...

Aceptarán con alegría las consecuencias prácticas de la pobreza... Cuando la alegría se une a la pobreza reina el espíritu de Jesucristo... Es entonces cuando se realizan las palabras de la verdad eterna: "Dadlo todo y lo tendréis todo". (Mª Teresa Dupouy)

El voto de obediencia nos hace libres para buscar en todo a Dios y realizar Su voluntad. Se trata de querer cumplir el designio de Dios que se manifiesta a través de múltiples mediaciones, una de las cuales es la autoridad. Como María, ser las "esclavas del Señor".

Nosotras vivimos esta obediencia asumiendo con disponibilidad, alegría y sencillez las mediaciones humanas de las cuales se sirve Dios. Este querer realizar la voluntad del Padre nos permite "perder" nuestra voluntad en la suya adhiriéndonos y uniéndonos cada vez más a Él.

"Igual que la Santísima Virgen, dirán el "Ecce Ancilla" (He aquí la esclava) a toda la voluntad de Dios manifestada por las Superioras, las Constituciones, los acontecimientos permitidos o queridos por Dios. Se acordarán de que la obediencia es el sacramento de la voluntad de Dios, que une íntimamente a la persona con Dios...

La obediencia asegurará la eficacia de su apostolado..." (Mª Teresa Dupouy)

Así pues, mi respuesta a los que me preguntan es: no me casaré ni tendré hijos pero voy a aprender a amar a todas las personas con un amor como el de Jesús, "hasta el extremo", descubriendo y disfrutando con la riqueza que cada uno tiene y con las riquezas de la vida, pues poseo la mayor riqueza que haya podido imaginar: Dios -Padre, Hijo y Espíritu-. Sólo Él me basta, por ello lo único que quiero en esta vida es hacer Su voluntad, la cual me lleva a vivir un amor sin límites para con los hermanos.